Hay coincidencias. Hay casualidades. Hay serendipias. Y hay cosas que parecen brujerías. Dos equipos de fútbol de la región de Kasai (República Democrática del Congo) disputaban en 1998 un partido de fútbol. El marcador registraba un empate a 1 entre el equipo local, el Bena Tshadi, y el visitante, el Basanga, cuando un rayo cayó en el terreno de juego, anegado por la lluvia. Los 11 jugadores locales murieron fulminados por la descarga, mientras los 11 visitantes salieron misteriosamente ilesos.
Según la crónica de aquella tragedia que apareció en el periódico L’Avenir de Kinshasa: “El rayo mató de golpe a 11 jóvenes jugadores de entre 20 y 35 años que disputaban un partido de fútbol. Los atletas de Basanga curiosamente salieron indemnes de la catástrofe”.
Como no podía ser de otra manera en un país africano, las acusaciones de brujería no tardaron en aparecer: Kasai, la región en la que se disputaba el partido es famosa por el uso de hechiceros para perjudicar al rival. Al fin y al cabo, ¿qué probabilidad existe de que un rayo aniquile a todos los jugadores de un equipo y a ninguno del otro, cuando todos están regularmente distribuidos por el terreno de juego? Una posibilidad remota es que los jugadores locales, los fallecidos, llevaran tacos metálicos en sus botas, lo que explicaría la mayor conductividad de la descarga eléctrica en sus cuerpos, pero parece que no fue así.
Días después otro rayo cayó durante la disputa de un partido de fútbol de primera división sudafricana. En aquella ocasión no hubo que lamentar ningún muerto, aunque varios jugadores quedaron heridos en el campo. Todos ellos del equipo visitante, el Moroko Swallos.
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